LOS SONIDOS ARMONICOS DEL UNIVERSO


VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA

De todas las especulaciones pitagóricas, la más sublime pero menos conocida era la de la armónica sideral. Se dice que, de todos los hombres, sólo Pitágoras escuchó la música de las esferas. Aparentemente los caldeos fueron los primeros en concebir cuerpos celestiales que se unían en un cántico cósmico mientras se movían de manera sublime por el cielo. Job describe una época "donde las estrellas de mañana cantaban unidas," y en El Mercader de Venecia el autor de los dramas shakesperianos escribe: "No hay órbita tan pequeña que no puedas contemplar pero en su movimiento canta como un ángel." Sin embargo, queda muy poco del sistema pitagórico de la música celestial que es sólo posible aproximarlo a su actual teoría.

Pitágoras concebía que el universo era un monocordio inmenso con su única cuerda conectada en su parte superior al espíritu absoluto y en su parte inferior a la materia absoluta --en otras palabras, una cuerda estirada entre el cielo y la tierra. Contando desde la circunferencia de los cielos, Pitágoras, según algunas autoridades, dividió el universo en nueve partes; según otros, en doce. Este sistema de doce partes era de la siguiente manera: la primera división fue llamada empyrean, o la esfera de las estrellas fijas, y era la morada de los inmortales. La segunda división era (en este orden) las esferas de Saturno, Júpiter, Marte, el Sol, Venus, Mercurio, y la Luna, el fuego, el aire, el agua y la tierra. Esta clasificación de los siete planetas (con el Sol y la Luna siendo reconocidos como planetas en la astronomía antigua) es idéntica al simbolismo del candelabro de los judíos --el Sol en el centro, siendo el tallo principal, con tres planetas a cada lado de él.

Los nombres que los pitagóricos daban a las distintas notas de la escala diatónica eran, de acuerdo con Macrobius, derivadas de una estimación de la velocidad y magnitud de los cuerpos planetarios. Cada una de estas esferas gigantes que corrían sin fin por el espacio, sonaban con un tono específico provocado por su contínuo desplazamiento de la difusión etérea. Según estos tonos se manifestaban en un movimiento y orden divino, tenían que seguir necesariamente la armonía de su propio origen. 

 "La afirmación de que los planetas se movían alrededor de la Tierra y emitían ciertos sonidos diferentes de acuerdo con su respectiva magnitud, celeridad y distancia local, fue comúnmente hecha por los griegos. Por lo tanto, Saturno, el planeta más lejano, daba la nota más grave, mientras que la Luna, siendo la más cercana, daba la más aguda. Estos sonidos de los siete planetas y la esfera de las estrellas fijas, unidas con la que está sobre nosotros [Antichthon], son las nueve Musas, y su sinfonía unida se llama Mnemosyne." (Véase El Canon). Esta cita contiene una referencia oscura de las nueve divisiones del universo que se mencionaron anteriormente.

Los griegos iniciados también reconocían una relación fundamental entre los cielos individuales o esferas de los siete planetas y las siete vocales sagradas. El primer cielo emitía el sonido de la vocal sagrada Alpha; el segundo cielo la vocal sagrada Epsilon; el tercero, Eta; el cuarto, Iota; el quinto, Omicron; el sexto, Upsilon; y el séptimo cielo, la vocal sagrada Omega. Cuando estos siete cielos cantan unidos producen una armonía perfecta que asciende como una oración interminable al trono del Creador. (Véase Contra las Herejías de Ireneo). Aunque todavía no se ha establecido, es probable que los cielos planetarios sean considerados como ascendientes en el orden pitagórico, comenzando con la esfera de la Luna, que sería el primer cielo.

Muchos instrumentos antiguos tenían siete cuerdas y, generalmente, Pitágoras fue el que añadió la octava a la lira de Terpander. Las siete cuerdas siempre estaban relacionadas tanto a su correspondencia con el cuerpo humano como con los planetas. Los nombres de Dios también se concebían como formados de combinaciones de las siete armonías planetarias. Los egipcios unían sus canciones sagradas a los siete sonidos primarios, prohibiendo que otros sonidos se pronunciasen en sus templos. Uno de sus himnos contenía la siguiente invocación: "Los siete tonos te adoran gran Dios, Padre trabajador incansable de todo el universo." En otra invocación, la Deidad se describe a sí misma así: "Soy la gran lira indestructible del mundo entero, entonando las canciones de los cielos." (Véase la Historia de la Música de Nauman).

Los pitagóricos creían que todo lo que existía tenía voz y que todas las criaturas cantaban eternas alabanzas a la gran mente. El hombre no puede oir estas melodías divinas porque su alma está envuelta en la ilusión de la materia. Cuando se libere del nudo del bajo mundo con sus limitaciones de sentido, la música de las esferas será otra vez escuchada como en la Edad Dorada. La armonía se reconoce a sí misma, y cuando el alma humana retoma su verdadero estado, no sólo escuchará el coro celestial, sino que también se unirá a un himno interminable de esa Bondad Eterna que controla el número infinito de partes y condiciones del ser.


Los Misterios Griegos incluyen en sus doctrinas un concepto magnífico de la relación que existía entre la música y la forma. Por ejemplo, los elementos de la arquitectura eran considerados comparables a los modos y las notas musicales, o como si tuvieran una contraparte musical. En consecuencia, cuando un edificio era erigido por un número de estos elementos combinados, la estructura se parecía a una cuerda musical, que sólo era armónica cuando satisfacía por completo los requisitos matemáticos de los intérvalos armónicos. La realización de esta analogía entre el sonido y la forma llevó a Goethe a decir que "la arquitectura es música cristalizada."

Cuando construyeron sus templos de iniciación, los antiguos sacerdotes demostraban constantemente su conocimiento superior de los principios que fundamentan el fenómeno conocido como vibración. Una parte considerable de los ritos del Misterio consistía de invocaciones y entonaciones para cuyo propósito se construyeron cámaras especiales de sonido. Una palabra susurraba en uno de estos apartamentos tan intensamente que los retumbes hacían que el edificio entero temblara y se llenara de un rugido ensordecedor. La madera y roca usada en la construcción de estos edificios sagrados eventualmente llegó a permear tanto con las vibraciones sonoras de las ceremonias religiosas que, cuando se cerraban reproducían los mismos tonos repetidamente impresos dentro de su sustancia por los rituales.

Cada elemento en la Naturaleza tiene su nota individual. Si estos elementos se combinan en una estructura compuesta el resultado es una cuerda que, si se suena, desintegrará el compuesto en sus partes integrales. De igual forma, cada individuo tiene una nota que, si se suena, lo destruirá. La alegoría de la Muralla de Jericó cuando cayó al sonido de las trompetas de Israel sin duda intenta establecer el significado arcano de la nota individual de la vibración.



EL SILENCIO ES ORO



VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA



"Hola, oscuridad, mi viaje amiga, ya llegué otra vez aquí, para conversar contigo de nuevo".  El Silencio es el secreto escondido en el ritmo del sonido de la música. Es lo que da sentido a la melodía. Sin el silencio la música sencillamente, no existirá.

En el Budismo  Zen, se aprende  que la razón de las cosas está en la inactividad. Cuando la gran mayoría de la gente cree que lo importante es lo que aparece o lo que se hace, lo que es tangible, la verdad es que el secreto está en aquello que no se hace, en aquello que no es aparente, lo que no es tangible y que está oculto por las apariencias. Son los maestros Zen, los que nos dan estas enseñanzas.

La importancia de una copa por ejemplo, no está en su materia, esto, es decir en la copa misma sino en el espacio vacío que ella contiene o delimita. En verdad, la utilidad de una copa no se mide por ser de plata, cristal, oro o cualquier otro material, si no por el contenido líquido que puede soportar su interior vacío.

" !Ah¡, !el vacío¡"-. La oscuridad, la manifestación de la ausencia. El silencio, para unos es sepulcral, para otros, divino.

Un maestro dijo que una vez invocó teúrgicamente a Minerva, la Mitológica Diosa Griega de la Sabiduría. Cuando ella se manifestó, lo hizo callada, y así se mantuvo todo el tiempo. La mayor lección que este maestro obtuvo, según el mismo, fue "que el silencio es la mayor elocuencia de la sabiduría"

El silencio es femenino, pasivo, vago, indefinido y misterioso. Dicen que el verdadero maestro espiritual, esta siempre pronto a oír, a aprender, a dejar que otras personas le enseñen, le digan las cosas.

El que escucha aprende, absorbe, y se calla. El no tiene porque probar nada a nadie, no tiene por qué querer convertir a otros, ni discutir. Así él está un paso al frente de las otras personas. Así, aprendemos que "la palabra es de plata, pero el silencio es de oro.
El éxtasis espiritual es silencioso, interior. Pocas personas consiguen administrar bien el silencio y la soledad en sus vidas. La Gran Fraternidad Cósmica Universal de las Estrellas (Luces) habita el vacío, lo infinito del silencio. Ahí, ellas ejecutan la llamada "Sinfonía de las Esferas" sin emitir, sin embargo, ningún sonido.

"Aquel que tenga oídos, que escuche", ya dijo antes el Maestro Jesús. En la Cábala, existen cuatro niveles de interpretación de las cosas creadas. Estos niveles van desde el literal y obvio, hasta el nivel más elevado, reservado a los maestros que son "el Sol", es decir "el secreto". En este nivel reina el secreto del silencio. Es el nivel del esoterismo puro, profundo y trascendente de todo lo que existe, es lo divino latente en la creación. Es la perfección pulsante, o vibrante en el corazón de quienes escuchan con el silencio.

En Astrología, Saturno y Plutón, son planetas de silencio, profundidad, eternidad y elevada espiritualidad. Son planetas que nos traen referencias de que puede existir lo más elevado y trascendental en la vida espiritual. Son los símbolos de la más alta jerarquía, de la existencia de seres que son verdaderas columnas para sostener toda la Creación y para cumplir los Designios de Dios. Ellos son los astros del silencio de la voluntad de Dios, de la Gran Ley que rige al Cosmos, de esta ley que emerge del Caos, de las Tinieblas, de los orígenes de la Creación, de lo inmanifiesto de la Suprema Perfección.

Si el silencio es el alma de la música, la sombra u obscuridad, es la gloria del arte de la fotografía y de la pintura.

Cuanto más sabe una persona, cuanto más se embellece, cuanto más una persona evoluciona, cuanto más se va destacando del conjunto homogéneo de la humanidad. Así ella se eleva sobre sus antiguos compañeros de jornada por la vida, como también acaba por asumir grandes responsabilidades por causas de esto. Pues ella se vuelve más competente para administrar, guiar, orientar, comprender y orientar a los suyos, debido a su visión más amplia, completa y profunda de las cosas de la vida.

Por otro lado, esta persona evolucionada, mientras más camina rumbo a la perfección, más se está destinando a la soledad, pues raros serán aquellos, que estarían en su mismo nivel de comprensión y vivencia.

En el Universo, es rara la coincidencia de estrellas dúplex. Lo normal en términos de una estrella, es iluminar, aparecer, dar calor y dar vida a un grupo de planetas. Una estrella es un Sol, si deseamos volvernos una estrella, un Sol, nos iluminaremos, nos acercamos a la verdad, entonces es mejor prepararnos para la soledad y para vivir en el vacío.

Solamente estando vacíos, huecos de nuestra personalidad. En silencio interior es como podemos ser realmente útiles al Creador. Solamente así podremos contener en lo cóncavo de nuestras almas, la Luz de la Verdad, de la Justicia y de la Belleza. Saturno y Plutón, en astrología, gobiernan el color negro, no en el sentido de algo maligno, si no, más bien como ausencia, como secreto, como misterio o profundidad. Ellos delimitan los horizontes de la Criatura, hasta dónde él puede llegar en su esfuerzo máximo de elevación y trascendencia. Es sabido que el color negro absorbe la luz totalmente, no la refleja.

Normalmente, tendemos a huir de la soledad, del silencio, de la responsabilidad; damos preferencia a los reflejos ilusorios, al brillo, a la aprobación de las masas y a la búsqueda de satisfacciones, facilidades y alegrías. Actuando así, tomamos el camino inverso a aquel indicado por los  secretos revelados a nosotros.



VERDAD O CERTEZA



VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA

Frecuentemente se confunde la verdad  la certeza. Este último término sirve para designar el estado del espíritu que se cree en posesión de la verdad; no hay que hablar de la certeza de una proposición y si a la verdad o a la evidencia debe referirse: la certeza es un estado mental, por tanto podemos decir que es la convicción que tiene el espíritu de que los objetos son tal y como el ser humano los concibe. La simple certeza es una creencia, la verdad es un conocimiento, y antes de conocer una sola verdad la humanidad poseía muchas certezas.

La concepción de la verdad ha variado considerablemente en el curso de las edades. Para unos fue una identidad, para otros una utilidad, y una comodidad para otros. A los escépticos les parece simplemente un error irrefutable en un momento dado. Los diccionarios descubren claramente esas divergencias. Sus definiciones se limitan generalmente a considerar a la verdad como cualidad por la cual las cosas aparecen tales como ellas son, también representa la conformidad del pensamiento con la realidad, la Real Academia da una definición que compromete poco: “La verdad -dice- es la realidad de lo que es verdadero”. Si nos referimos luego a la palabra verdadero, vemos que lo verdadero representa “lo que es conforme a la verdad”. Tales explicaciones están visiblemente desprovistas de sentido real. Ganarían los diccionarios en exactitud y claridad si llamaran simplemente verdad a la idea que nosotros nos formamos de las cosas.

Las definiciones científicas son más modestas, pero también más precisas. El sabio, dejando aparte las realidades inaccesibles, considera toda verdad como una relación, generalmente mensurable, entre dos fenómenos, cuya esencia permanece ignorada. Han sido precisos no pocos siglos de reflexiones y de esfuerzos para llegar a esta fórmula. Esta es de aplicación a los conocimientos científicos, no a las creencias religiosas, políticas o morales. Estas por su origen afectivo, místico o colectivo, tienen como única base la adhesión que les prestan aquellos que las aceptan. Se las admite, ya por supuesta evidencia, ya porque las concepciones contrarias parecen inaceptables, o sobre todo, porque han obtenido el asentimiento universal, ese asentimiento que se considera como el solo criterio de las verdades que no son de naturaleza científica.

Los pragmáticos imaginan, sin embargo, haber descubierto en la utilidad un nuevo criterio de la verdad; y no es otra cosa que los que nosotros encontramos ventajoso en el orden de nuestro pensamiento, de igual manera que el bien es sencillamente lo que reputamos conveniente en el orden de nuestras acciones. Tal definición me parece apenas admisible. La utilidad y la verdad son nociones claramente distintas. Se puede aceptar lo que es útil, pero sin confundirlo por eso con la verdad.

En su evolución la verdad fue en otro tiempo inseparable de la fijeza. Las verdades constituían entidades inmutables independientes de los tiempos y de los hombres. Esa creencia de la inmutabilidad de las cosas y de las certezas que de esa inmutabilidad se derivaron reinó hasta el día en que los progresos de la ciencia las condenaron a desaparecer. La astronomía mostró que las estrellas, consideradas antes como inmóviles en el firmamento, corrían por espacio a una velocidad vertiginosa. La biología probó que las especies vivas, antes consideradas como invariables se transforman lentamente. El mismo átomo perdió su eternidad y vino a ser un agregado de fuerzas transitoriamente condesadas.

Antes tales resultados, el concepto de verdad se halla cada vez más vacilante, hasta el punto de parecer a muchos pensadores un concepto desprovisto de sentido real. Certezas religiosas, filosóficas, morales y científicas han ido desplomándose sucesivamente, no dejando en su lugar más que una sucesión continúa de cosas efímeras. Tal concepción parece eliminar enteramente la noción de las verdades fijas. Yo, juzgo, sin embargo, posible conciliar la idea de su carácter transitorio. Algunos ejemplos muy sencillos bastarán para justificar esta proposición. Es sabido que la fotografía reproduce el desplazamiento rápido de un cuerpo, ejemplo el de un caballo a galope, por medio de imágenes, cuya duración de la impresión es del orden de la centésima de segundo. La imagen así obtenida representa una fase de movimientos de una verdad absoluta, pero efímera. Absoluta durante un corto instante, pasa a ser falsa después. Es preciso reemplazarla, como hace el cine o el video, por otra imagen de valor tan absoluto como efímero. Esta comparación, modificando simplemente la escala de los tiempos, es aplicable a las diversas verdades.

Estas, aunque cambiantes, tienen la misma relación con la realidad que las fotografías instantáneas de que acabamos de hablar, o también que la reflexión de las ondas de un espejo. La imagen es movible y sin embargo, siempre verdadera. En las transformaciones rápidas, lo absoluto de la verdad puede no tener más que una duración de centésima de segundo. Para ciertas verdades morales, la unidad de ese tiempo será la vía de algunas generaciones. Para las verdades que se refieren a la invariabilidad de las especies, la unidad se encontrará representada por millones de años. Así la duración de las verdades varía desde algunas centésimas de segundo a varios millones de siglos. Esto comprueba que una verdad puede ser a un tiempo absoluta y transitoria.

Las precedentes comparaciones exactas desde el punto de vista de las verdades objetivas independientes de nosotros, lo son muchos menos para las certezas subjetivas: concepciones religiosas, políticas y morales, especialmente. Como no contiene más que débiles porciones de realidad, están condicionadas únicamente por la idea que nosotros nos formamos de las cosas, según el tiempo, la raza, el grado de conocimiento y cultura, etc. Es, pues, natural que, variando ellas, la verdad corresponde a los pensamientos y a las necesidades de una época no baste a llenar las de otra época.

La noción de verdad, a la vez estable y efímera, reemplazará seguramente en la filosofía del porvenir a las verdades inmutables de otro tiempo o a las sumarias negaciones del momento actual. De hecho es raro que el ser humano elija libremente sus certezas. Se las impone el ambiente y él sigue las variaciones de éste. Las opiniones y las creencias se modifican por esta razón con cada grupo social.

Los medios que influencian nuestras concepciones pueden varias lentamente, pero acaban siempre por cambiar. La marcha del mundo se puede comparar al curso del un río, éste arrastra moléculas siempre poco más o menos que semejantes, mientras que en la mayor parte de los fenómenos del universo, los de la vida social especialmente, el tiempo arrastra elementos constantemente modificados. Se modifican porque un ser cualquiera, planta, animal, ser humano o sociedad están sometidos a dos fuerzas que obran sin cesar, y que lo transforman gradualmente: los medios pasados de los que la herencia conserva su sello y los medios presentes. Esta doble influencia condiciona toda la vida mental, y por consiguiente las verdades morales y sociales, que son su expresión. Si el tiempo, por ejemplo, precipitara su curso como en las imágenes, la existencia sería de tal modo abreviado que nuestras ideas morales se verían desconcertadas. No durando casi la vida del individuo, éste se interesaría sólo por los de su especie. Un intenso altruismo dominaría todas las relaciones. Si, por el contrario, el tiempo marchara lento  y la existencia durara varios siglos, la característica de los humanos sería un feroz egoísmo.

Diré para concluir que, como todos los fenómenos de la naturaleza, las verdades humanas evolucionan: nacen, crecen y declinan. Por tanto el espíritu humano pasa fácilmente sin verdades, pero no puede vivir sin certezas.