VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA
Confucio enseña que hay dos
clases de sabios, siéndolo unos de nacimiento, mientras que los otros lo hacen
mediante su esfuerzo. Debe recordarse aquí que el sabio tal como él lo
entendía, representa los dominios exotérico y
esotérico. En estas condiciones, uno puede preguntarse si, al hablar del sabio
de nacimiento, Confucio había querido designar con ello solamente al humano que
por naturaleza posee todas las cualificaciones requeridas para acceder
efectivamente y sin ninguna otra preparación a la jerarquía de conocimiento, y
que, en consecuencia, no tenía ninguna necesidad de esforzarse en escalar poco
a poco, mediante estudios más o menos largos y penosos.
Todo conocimiento efectivo
constituye una adquisición permanente, obtenida por el ser de una vez por
todas, y nada podría jamás hacerla perder. Por consiguiente, si un ser que ha
alcanzado un determinado grado de realización en un estado de existencia, pasa
a otro estado, deberá necesariamente llevar en él lo que ha adquirido, que
aparecerá entonces como “innato” en ese nuevo estado; está claro, por otra
parte, que no puede tratarse en ello más que de una realización que permanece
incompleta, sin lo cual el paso a otro estado no tendría ningún sentido
concebible, y, en el caso del ser que pasa al estado humano, pues es éste el
que nos interesa particularmente aquí, ésta realización no ha llegado todavía a
la superación de las condiciones de la existencia individual; ésta puede
extenderse desde los grados más elementales hasta el punto más cercano a aquel
que, en el estado humano, corresponde a la perfección. Decimos solamente el
punto más cercano, porque, si la perfección de un estado individual hubiera
sido efectivamente alcanzada, el ser no tendría ya que pasar por otro estado individual.
También se puede hablar de un
ser que habiendo ya alcanzado un grado determinado de realización antes de
nacer al estado humano, poseerá de nacimiento el grado correspondiente a esta
realización en el mundo humano, grado que puede ir desde el de sabio hasta el del “hombre verdadero”. Sin embargo no
debería creerse que en las condiciones actuales del mundo terrestre, esta sabiduría innata pueda manifestarse
espontáneamente, como ocurría en la época primordial, pues evidentemente es
preciso tener en cuenta los obstáculos que opone el medio.
El ser de que se trata deberá
entonces recurrir a los medios que de hecho existen para superar estos
obstáculos, lo que significa que no está en absoluto eximido, como se podría
suponer erróneamente, de la vinculación a una “cadena iniciática”, a falta de
la cual, en tanto esté en el estado humano, permanecería simplemente igual a
como estaba al entrar, y como inmerso en una
especie de “sueño” espiritual que no le permite ir más lejos en la vía
de su realización. Podría aún concebirse, con rigor, que manifieste
exteriormente, sin tener necesidad de desarrollarlo de una forma gradual, el
estado del sabio, porque éste no está aún sino en el límite superior del
dominio exotérico; pero, para todo lo que está más allá, la iniciación
propiamente dicha constituye siempre, por el momento, una condición
indispensable, y, por lo demás, suficiente; en el único caso en que esta
condición no existe es aquel en que se trata de la realización descendente, ya
que ésta presupone que la realización ascendente ha sido cumplida hasta su
último término; este caso es entonces evidentemente distinto al que ahora
consideramos.
Este ser podrá entonces pasar
en apariencia por los mismos grados que el iniciado que de una forma que pueda ser comparada a la
“reminiscencia platónica” y que incluso es sin duda, en el fondo, uno de los
significados de ésta. Este caso es comparable también a lo que sería, en el
orden del conocimiento teórico, el de alguien que posee ya interiormente la
conciencia de ciertas verdades doctrinales, pero que es incapaz de expresarlas
porque no tiene a su disposición los términos apropiados, y que, desde el
momento en que está resuelto a anunciarlas, las reconoce en su sentido sin experimentar ninguna
dificultad para asimilárselas. Puede incluso ocurrir que, cuando se encuentre
en presencia de los ritos y símbolos iniciáticos, éstos se le aparezcan como si
siempre los hubiera conocido, de una manera en cierto modo “intemporal”, porque
posee efectivamente en él todo lo que, más allá e independientemente de las
formas particulares, constituye su esencia misma. Otra consecuencia de lo que
acabamos de decir es que, para recorrer la vía iniciática, un ser tal como éste
que hablamos no tiene ninguna necesidad de ayuda de un Gurú exterior y humano,
puesto que en realidad la acción del verdadero Gurú interior opera en él desde
el principio, haciendo evidentemente inútil la intervención de todo “sustituto”
provisional.
Simplemente ha partido
del estado del hombre ordinario, pero la realidad será no obstante muy
diferente; en efecto, no solamente la iniciación, en lugar de no ser en
principio sino virtual como lo es habitualmente, será para él inmediatamente
efectiva, sino que también “reconocerá” estos grados,
Lo que es indispensable que se
comprenda es que el ser que posee por derecho desde su nacimiento la cualidad
de “hombre verdadero”, o la que le corresponde en un menor grado de
realización, no puede ya desarrollarla de hecho de una forma completamente
espontánea independiente de toda circunstancia contingente. Por supuesto,
el papel de las contingencias no deja de
estar reducido para él al mínimo, ya que no se trata en suma sino de una
vinculación iniciática pura y simple, que evidentemente siempre le es posible
obtener, tanto más cuanto que será como inevitablemente conducido a ella por
las afinidades que son un efecto de su propia naturaleza. Pero lo que ante todo
debe ser evitado, pues algunos puedan imaginar que tal caso es el suyo, sea
porque se sienten llevados a buscar la
iniciación, lo que indica solamente que están prestos a entrar en esta vía y no
que ya la hayan recorrido en parte en otro estado, sea porque, antes de toda
iniciación, han visto algunos “resplandores” más o menos vagos, de orden probablemente
más bien psíquicos que espiritual, que
en suma no tienen nada de extraordinario y no prueban más que cualquier
“premonición” que pueda ocasionalmente tener todo hombre cuyas facultades estén
un poco menos estrechamente limitadas de lo que comúnmente lo están las de la
humanidad actual, y que, por ello, se encuentra menos encerrado en la modalidad
corporal de su individualidad, lo que por otra parte, de manera general, ni
siquiera implica necesariamente que esté verdaderamente cualificado para la iniciación.
Todo esto no representa con seguridad más que razones totalmente insuficientes
para realmente esta posibilidad
tomarán siempre conciencia de ella en el momento oportuno, de una manera cierta
e indudable, y esto es, en el fondo, lo único que importa; en cuanto a los
demás, si se dejan arrastrar por sus vanas imaginaciones y les dan crédito,
comportándose en consecuencia, serán llevados a las más molestas decepciones.
Pretender poder prescindir de un Maestro espiritual y llegar sin embargo a
la iniciación efectiva, no menos que para eximirse de todo esfuerzo personal en
vistas a este resultado; la verdad obliga a decir que ésta es una posibilidad
que existe, pero también que no puede pertenecer sino a una ínfima minoría, si
bien, en suma, ni siquiera hay que tenerla prácticamente en cuenta. Quienes
poseen